viernes, 24 de octubre de 2008

IX ANUARIO de la REVISTA LITERARIA BAQUIANA / Octubre de 2008

Miami / Estados Unidos.
Director Ejecutivo: Patricio E. Palacios.
Directora de Redacción: Maricel Mayor Marsán.

miércoles, 8 de octubre de 2008

COMO UN GOLPE DE SUERTE QUE NOS DEJA SIN ALIENTO

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Por Elena Tamargo.

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El paso del tiempo es como un gran filtro que retiene pocas cosas, y éstas de forma duradera. Ha dicho Hans Gadamer, ese gran filósofo alemán al que llaman el testigo del siglo, que “todo lo que ha hecho su entrada en la existencia duradera de aquello que denominamos literatura, se sitúa misteriosamente entre el entonces y el siempre"; tal vez este alto grado de selección sea toda la esencia de una obra personal, la poesía que más auténticamente ha perdurado en el relato de una vida, la del poeta, que ha conservado, entre sus infinitos instantes poéticos, un grupo de ellos, a los que ha salvado de naufragios, estéticas, modas, amores, ilusiones y desencantos, ideologías y hambres; su duración no es solamente una cuestión de supervivencia, sino más bien presente absoluto, eso que él ha considerado de actualidad eterna, libre de toda referencia de un presente original, y al mismo tiempo ya pasado.
¿Qué es lo que perdura en Los frutos del vacío, de Heriberto Hernández? Seguramente, a pesar de empezar en 1983 y terminar en 2006, este documento se trata del mismo texto pero sin el auditorio para el cual su lenguaje era apropiado; sin embargo, con la viva tensión entre unidad y multiplicidad, entre certeza inamovible y además cambiante: esa tensión que asegura la perdurabilidad de la obra de arte, porque la obra de un poeta no se presenta nunca de una vez; entre otras cosas porque nosotros no somos nunca los mismos de antes, las sensibilidades aparecen y desaparecen, los estímulos también, ese estímulo (Reiz) que Kant tan bien supo distinguir de la forma.
“En este cuarto pesa demasiado la luz/ las sombras son blanquísimas". Así empieza este libro en 1983. A aquellos ojos de él en el 83 les pesaba la luz, y eran blancas las sombras; El poeta pasaba “sin hablar de la herida” y “la orquestilla no tenía otro final que anochecer". En el año 87 Heriberto ya se había preguntado cómo entrar al vacío, y como Paul Celan, también creía poder encontrar a dios en la sombra y no en la luz como nos habían enseñado, “si hay que tener un dios para mojarse / ha de ser un dios frío y oscuro como el agua". Sin embargo, con el tercero de los libros aquí antologados, que le da nombre a la totalidad, también el objetivo del poeta estaba ya fijado.
Que este es el verdadero sentido de los procesos que cada libro expresa, lo demuestra el hecho de la permanencia de poemas que hayan vivido experiencias tan distintas, países, casas, escritorios y gavetas tan ajenos entre sí. Himnos, elegías, quejas e inculpaciones, asombros y desencantos; cuán grande fue el desplazamiento y la nueva dimensión que aportó la conclusión de la totalidad de la poesía de Heriberto Hernández. Es exactamente así como una composición poética alcanza su validez más perdurable, es así como desaparecen la casualidad de su origen, los primeros impulsos, las referencias al momento, hasta a la época, y la obra se vuelve infinitamente actual.
El poeta se expresa desde la luz y hacia la luz, la muchacha “siempre lleva luz", la tierra humilde es “parecida al vacío"; olvidado de los dioses entra la casa a su poesía para convertirse en una protagonista casi permanente. Él no sabe “a quién culpar” y al mismo tiempo busca “la ansiada acera en que la sombra calma". Mas, en la culminación de esta obra, todo lo material es una alusión que se introduce en la meditación de su discurso, una meditación distribuida en papeles aceptados, con un lenguaje dominado por un tono masculino del sufrimiento y del consuelo. De esa luz que el 83 arrojaba en torno suyo, “Verdades como templos” recibió algo semejante, determinado y duro, como una promesa segura de poder soportarlo todo: “Busco algo semejante a mí / en esta enorme caja de silencio”.
Un libro que empieza con estos versos, “En este cuarto pesa demasiado la luz", y termina diciendo:
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Es esta la luz, no puedes verla, la luz eterna
.........que ha penetrado todos los sitios,
.........la luz que podríamos imaginar inexistente
.........pues de ella somos parte.
No podremos verla como nunca imaginamos ver el aire
.........y en él innumerables veces nos hemos reclinado,
.........no podremos verla
.........y en ella existiremos aún sin nuestras sombras.
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es la obra de un poeta que sabe que no hay otra cosa en el mundo que pueda llamarse con más propiedad “afirmación", que la poesía lírica; de un poeta que vive para encontrar, también como Paul Celan, la verdad; es la voz responsable que nos permite reconocer por qué el poeta ocupa el lugar de todos nosotros, que no sólo ha emigrado de su isla, sino de lo evidente; sin embargo ¿no se trata también del regreso a lo que es común a todos?
La experiencia poética de Heriberto Hernández, en más de veinte años de trasegar, alcanza la universalidad que todos compartimos: la experiencia de la palabra que a todos nos representa. Porque como también dice ese testigo del siglo, “la palabra que no se hunde es el poema logrado, como un golpe de suerte que nos deja sin aliento".
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Nota: Estas valoración crítica fue escrita para la revista digital Decir del agua y publicada originalmente en la octava entrega el segundo ciclo, en octubre de 2008, página 14.

lunes, 6 de octubre de 2008

DESPUÉS DE GISELLE, EN BLANCO Y NEGRO / Isis Wirth

Publicado originalmente en La primera palabra, el lunes 6 de octubre de 2008.
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He terminado de leer el libro "Después de Giselle" (Aduana Vieja, 2008), de Isis Wirth. El libro es una selección de artículos, críticas, entrevistas y ensayos escritos entre 1987 y 2007. He ido haciendo apuntes y reflexionando mientras recorría cada uno de sus múltiples, y a veces paralelos, discursos. Hay muchas cosas, en mis apreciaciones de degustador profano y desconocedor de todo lo que no es sensorial y externo, que se han ido corriendo a un lado u otro, como cuando viene un decorador y corre los muebles hacia el sitio más favorable, más iluminado. Ese es el resultado de la primera lectura, y creo que otros vendrán de un análisis más profundo, de aspectos que me han interesado mucho y sobre los que he tomado nota para investigar y reflexionar con más conocimientos de causa.
El ballet, como el resto de la artes (o como una disciplina "umbrella" de todas ellas), no se mantiene ajeno a su realidad y aunque se pretenda crear una realidad escindida de su tiempo, el proceso se hace cada vez más contraproducente o camina rápidamente hacia el sitio del que se supone ha de alejarse. Una técnica con reglas-dogma, con estructuras y preceptos intangibles, no se convierte en una formula infalible de acceder a la trascendencia. Congelar no siempre preserva, y yo me pregunto si no ha sido esta la máxima en esta carrera de relevos que ha garantizado la supervivencia del espíritu de la danza. La autora nos guía por una galería de imágenes, de deidades; usando con precisión de timonel veneciano, las arboladuras de la entrevista, la filosa prestancia del nao transfigurado en artículo coyuntural, que logra aferrarse a lo trascendente esencial; o la especificidad sólida de nave insignia, de galeón, que proporciona el extender minuciosamente las ideas sobre un mapa de meridianos claros y notaciones precisas, que prefiguran el discurso del ensayo, para exponernos su poco ortodoxa visión de la danza.
Creo confirmar que, acaso por esto, cuando se habla de otras artes se puede hablar de cuadros, libros, incluso de una puesta en escena en el teatro o la ópera, y cuando se habla de ballet en imprescindible hablar de personas, de una bailarina o bailarín específico, como único modo de perpetuar la inmutabilidad del rito. El sentido particular que lo clásico adquiere en el lenguaje de la danza, pareciera formular la autora, o tal vez estoy queriendo entender yo, responde a la particular forma en que la danza ha ido formulando su notación, su mecanismo de defensa contra el natural olvido en que es susceptible de perderse lo gestual, dada la fragilidad y lo poco objetiva que puede ser hasta la más concienzuda descripción, cuando no hay parámetros que establezcan las coordenadas del cannon.
Por otra parte, especular sobre el paradigma de la morfología como condicionante de la ascensión, sobre el carácter sacro de un patrón de perfección, en que lo osteo-muscular impone un parámetro inmutable, enriquece la visión de lo danzario reivindicando la posibilidad de que, aún reconociendo la necesidad imperativa de privilegiar la regla, se reconozca un espacio a la excepción. Merece mi mayor atención, por lo sorprendente, como la autora da a la danza el privilegio de la duda, en cuanto a disciplina capaz de reinventarse sobre los huesos pretendidamente inamovibles del dogma clásico, lo cual de alguna manera incorpora al concepto (en los dominios exclusivo y excluyentes del lenguaje coreográfico) un valor agregado, que creo poder achacar a el triunfo de la individualidad sobre lo común. Creo que estoy hablando más de mis dudas que de mis certezas, y es que estas últimas no darían para un par de oraciones.
Para concluir, la autora reserva una pieza que vuelvo a leer para terminar estas notas. La negación de la opinión como elemento de enriquecimiento, pareciera justificarse en el origen y por la finalidad que le diera al Ballet un lenguaje, una notación legitimadora. La verticalidad imperativa, desde lo alto hacia la superficie en que todo se hace terrenal e impuro, pretende fundar la posibilidad de ascensión, de conquista de lo etéreo, y dar a seres imperfectos una suerte de pasaje a lo divino. Se sustenta con argumentos poderosos, y la realidad gozosa exhibe los ejemplos más sólidos bajo los anocheceres lechosos del totalitarismo ruso, o bajo los influjos de aromas frutales en que no puede ocultar sus imperativos el voluntarismo brutal de la Cuba castrista. El paralelo no niega al ballet su suerte de cisne que muestra ileso su plumaje blanco, aunque lleve siempre en si la sombra que le define, el cisne negro.