Publicado originalmente en La primera palabra, el lunes 6 de octubre de 2008.
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He terminado de leer el libro "Después de Giselle" (Aduana Vieja, 2008), de Isis Wirth. El libro es una selección de artículos, críticas, entrevistas y ensayos escritos entre 1987 y 2007. He ido haciendo apuntes y reflexionando mientras recorría cada uno de sus múltiples, y a veces paralelos, discursos. Hay muchas cosas, en mis apreciaciones de degustador profano y desconocedor de todo lo que no es sensorial y externo, que se han ido corriendo a un lado u otro, como cuando viene un decorador y corre los muebles hacia el sitio más favorable, más iluminado. Ese es el resultado de la primera lectura, y creo que otros vendrán de un análisis más profundo, de aspectos que me han interesado mucho y sobre los que he tomado nota para investigar y reflexionar con más conocimientos de causa.
El ballet, como el resto de la artes (o como una disciplina "umbrella" de todas ellas), no se mantiene ajeno a su realidad y aunque se pretenda crear una realidad escindida de su tiempo, el proceso se hace cada vez más contraproducente o camina rápidamente hacia el sitio del que se supone ha de alejarse. Una técnica con reglas-dogma, con estructuras y preceptos intangibles, no se convierte en una formula infalible de acceder a la trascendencia. Congelar no siempre preserva, y yo me pregunto si no ha sido esta la máxima en esta carrera de relevos que ha garantizado la supervivencia del espíritu de la danza. La autora nos guía por una galería de imágenes, de deidades; usando con precisión de timonel veneciano, las arboladuras de la entrevista, la filosa prestancia del nao transfigurado en artículo coyuntural, que logra aferrarse a lo trascendente esencial; o la especificidad sólida de nave insignia, de galeón, que proporciona el extender minuciosamente las ideas sobre un mapa de meridianos claros y notaciones precisas, que prefiguran el discurso del ensayo, para exponernos su poco ortodoxa visión de la danza.
Creo confirmar que, acaso por esto, cuando se habla de otras artes se puede hablar de cuadros, libros, incluso de una puesta en escena en el teatro o la ópera, y cuando se habla de ballet en imprescindible hablar de personas, de una bailarina o bailarín específico, como único modo de perpetuar la inmutabilidad del rito. El sentido particular que lo clásico adquiere en el lenguaje de la danza, pareciera formular la autora, o tal vez estoy queriendo entender yo, responde a la particular forma en que la danza ha ido formulando su notación, su mecanismo de defensa contra el natural olvido en que es susceptible de perderse lo gestual, dada la fragilidad y lo poco objetiva que puede ser hasta la más concienzuda descripción, cuando no hay parámetros que establezcan las coordenadas del cannon.
Por otra parte, especular sobre el paradigma de la morfología como condicionante de la ascensión, sobre el carácter sacro de un patrón de perfección, en que lo osteo-muscular impone un parámetro inmutable, enriquece la visión de lo danzario reivindicando la posibilidad de que, aún reconociendo la necesidad imperativa de privilegiar la regla, se reconozca un espacio a la excepción. Merece mi mayor atención, por lo sorprendente, como la autora da a la danza el privilegio de la duda, en cuanto a disciplina capaz de reinventarse sobre los huesos pretendidamente inamovibles del dogma clásico, lo cual de alguna manera incorpora al concepto (en los dominios exclusivo y excluyentes del lenguaje coreográfico) un valor agregado, que creo poder achacar a el triunfo de la individualidad sobre lo común. Creo que estoy hablando más de mis dudas que de mis certezas, y es que estas últimas no darían para un par de oraciones.
Para concluir, la autora reserva una pieza que vuelvo a leer para terminar estas notas. La negación de la opinión como elemento de enriquecimiento, pareciera justificarse en el origen y por la finalidad que le diera al Ballet un lenguaje, una notación legitimadora. La verticalidad imperativa, desde lo alto hacia la superficie en que todo se hace terrenal e impuro, pretende fundar la posibilidad de ascensión, de conquista de lo etéreo, y dar a seres imperfectos una suerte de pasaje a lo divino. Se sustenta con argumentos poderosos, y la realidad gozosa exhibe los ejemplos más sólidos bajo los anocheceres lechosos del totalitarismo ruso, o bajo los influjos de aromas frutales en que no puede ocultar sus imperativos el voluntarismo brutal de la Cuba castrista. El paralelo no niega al ballet su suerte de cisne que muestra ileso su plumaje blanco, aunque lleve siempre en si la sombra que le define, el cisne negro.
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