.
Por Manuel Sosa.
.
Viene por fin la poesía de Heriberto Hernández a desasirse de liturgias corales, como dádiva cumplida en la imagen, laminario de escorzos que devuelven la mirada y las intenciones, lienzo que esplende a solas y que es copiado en secreto por los propios depositarios. Un libro que nos hará repensar el aparente sosiego del canon que ya casi trazan sobre el mapa literario actual. La donosura de habernos ofrecido un compendio de apólogos, cromos que se bastan a sí mismos y que terminan concatenándose, puede palparse en este tratado de misterios donde se magnifica el lujo y se bebe aguamiel para resucitar.
Gran urdidor de atmósferas, logra el poeta que no se trunque la fluidez natural del versículo, y nos va llevando imperceptiblemente al término que desea. De un cuaderno a otro, buscando el vínculo progresivo, han de encontrarse revocaciones de pactos, ritos del ayer que sustentan (mejoran) el presente, y son el Poema por sobre la escritura. Pese al empeño de esas liturgias, país, tradición, canon de máscaras, que pretenden enmarcarle y describirle, su poesía se ha convertido en símbolo de ubicuidad.
Así, reescrita su permanencia en la paradoja del destierro, ha de ser su palabra la que busque exhibir, ya limpias, las clásicas armas: rasgos serenos, tesitura conceptual, virtuosismo y sentimiento. Guardar este raro volumen, repasarlo en la soledad que antecede al bóreas, es hacerle justicia a Heriberto, cuya voz insiste desde el alba, sin inmutarse. Poesía que ha logrado un sistema infalible de retribuciones, verbo y juicio en justo equilibrio, y que sabe aposentarse en los umbrales, y ramificarse.
Edición: Carlos Pintado y George Riverón.
Diseño maquetación: George Riverón.
Cubierta e ilustraciones interiores: Ramón Alejandro.
Nota de contraportada: Manuel Sosa.
.
Viene por fin la poesía de Heriberto Hernández a desasirse de liturgias corales, como dádiva cumplida en la imagen, laminario de escorzos que devuelven la mirada y las intenciones, lienzo que esplende a solas y que es copiado en secreto por los propios depositarios. Un libro que nos hará repensar el aparente sosiego del canon que ya casi trazan sobre el mapa literario actual. La donosura de habernos ofrecido un compendio de apólogos, cromos que se bastan a sí mismos y que terminan concatenándose, puede palparse en este tratado de misterios donde se magnifica el lujo y se bebe aguamiel para resucitar.
Gran urdidor de atmósferas, logra el poeta que no se trunque la fluidez natural del versículo, y nos va llevando imperceptiblemente al término que desea. De un cuaderno a otro, buscando el vínculo progresivo, han de encontrarse revocaciones de pactos, ritos del ayer que sustentan (mejoran) el presente, y son el Poema por sobre la escritura. Pese al empeño de esas liturgias, país, tradición, canon de máscaras, que pretenden enmarcarle y describirle, su poesía se ha convertido en símbolo de ubicuidad.
Así, reescrita su permanencia en la paradoja del destierro, ha de ser su palabra la que busque exhibir, ya limpias, las clásicas armas: rasgos serenos, tesitura conceptual, virtuosismo y sentimiento. Guardar este raro volumen, repasarlo en la soledad que antecede al bóreas, es hacerle justicia a Heriberto, cuya voz insiste desde el alba, sin inmutarse. Poesía que ha logrado un sistema infalible de retribuciones, verbo y juicio en justo equilibrio, y que sabe aposentarse en los umbrales, y ramificarse.
Edición: Carlos Pintado y George Riverón.
Diseño maquetación: George Riverón.
Cubierta e ilustraciones interiores: Ramón Alejandro.
Nota de contraportada: Manuel Sosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario